¡Glorificado eres Tú, oh Señor mi Dios! Cada vez que me aventuro a hacer mención de Ti, me lo impiden mis grandes pecados y mis graves transgresiones contra Ti, y me veo totalmente desprovisto de Tu gracia, y absolutamente incapaz de celebrar Tu alabanza. Sin embargo, mi gran confianza en Tu generosidad hace revivir mi esperanza en Ti, y mi certeza de que me tratarás con munificencia me infunde valor para ensalzarte y pedirte las cosas que Tú posees.
Te imploro, oh mi Dios, por Tu misericordia, que ha sobrepasado todas las cosas creadas, y de la cual dan testimonio todos los que están sumergidos en los océanos de Tus nombres, que no me dejes a merced de mí mismo, pues mi corazón es propenso al mal. Ampárame, pues, dentro de la fortaleza de Tu protección y el refugio de Tu cuidado. Soy aquel, oh mi Dios, cuyo único deseo es lo que Tú has determinado por la fuerza de Tu poder. Todo cuanto he escogido para mí mismo es ser asistido por Tus bondadosos designios y la sentencia de Tu voluntad, y ser ayudado por las muestras de Tu decreto y Tu juicio.
Te suplico, oh Tú que eres el Amado de los corazones que Te anhelan, por las Manifestaciones de Tu Causa y las Auroras de Tu inspiración, y los Exponentes de Tu majestad, y las Arcas de Tu conocimiento, que no me prives de Tu santa Morada, Tu Templo y Tu Tabernáculo. Ayúdame, oh mi Señor, a alcanzar Su sagrada corte, y girar en torno a Su persona, y permanecer humilde ante Su puerta.
Tú eres Aquel Cuyo poder ha existido desde siempre y existirá para siempre. Nada escapa a Tu conocimiento. Tú eres, ciertamente, el Dios de poder, el Dios de gloria y de sabiduría.
¡Alabado sea Dios, el Señor de los mundos!