¡Magnificado sea Tu nombre, oh Tú en Cuyo puño están las riendas de las almas de todos los que Te han reconocido, y en Cuya diestra se halla el destino de todos los que están en el cielo y todos los que están en la tierra! Mediante la fuerza de Tu poder, Tú haces lo que deseas, y, mediante Tu volición, ordenas lo que Te place. La voluntad de la persona más decidida no es nada comparada con las imperiosas pruebas de Tu voluntad, y la determinación de la más inflexible de Tus criaturas queda disipada ante las múltiples revelaciones de Tu propósito.
Tú eres Aquel que, con una palabra de Su boca, ha extasiado a tal punto los corazones de Sus escogidos que, en su amor por Ti, se han desprendido de todo excepto de Ti mismo, y han ofrecido sus vidas y han sacrificado sus almas en Tu camino, y han soportado, por Tu amor, lo que no ha soportado ninguna de Tus criaturas.
Soy una de Tus siervas, oh mi Señor. He vuelto el rostro hacia la morada de Tu misericordia, y he buscado las maravillas de Tus múltiples favores, por cuanto todos los miembros de mi cuerpo proclaman que Tú eres el Munífico, Aquel Cuya gracia es inmensa.
¡Oh Tú, Cuyo rostro es el objeto de mi adoración, Cuya belleza es mi santuario, Cuya morada es mi objetivo, Cuya alabanza es mi esperanza, Cuya providencia es mi compañera, Cuyo amor es la causa de mi existencia, Cuya mención es mi consuelo, cuya proximidad es mi deseo, Cuya presencia es mi mayor anhelo y mi máxima aspiración! Te suplico que no me niegues aquello que Tú ordenaste para los elegidos entre Tus siervos. Provéeme, pues, con el bien de este mundo y del venidero.
En verdad, Tú eres el Rey de todos los seres. No hay Dios sino Tú, Quien siempre perdona, el Más Generoso.