Verdaderamente, soy Tu siervo, oh mi Dios, y Tu necesitado, y Tu suplicante, y Tu desdichada criatura. He llegado a Tu puerta buscando Tu protección. No he hallado contento alguno salvo en Tu amor, ni alborozo excepto en Tu recuerdo, ni anhelo salvo en la obediencia a Ti, ni alegría fuera de Tu cercanía, ni tranquilidad más que en la reunión contigo, pese a que soy consciente de que todas las cosas creadas tienen negada la admisión a Tu sublime Esencia, y la creación entera está privada del acceso a Tu íntimo Ser. Cuandoquiera que intento acercarme a Ti, no percibo en mí más que las señales de Tu gracia y no observo en mi ser más que las revelaciones de Tu tierna bondad. ¿Cómo puede alguien que no es sino Tu criatura buscar la reunión contigo y alcanzar Tu presencia, si ninguna cosa creada puede jamás ser asociada contigo, ni nada puede comprenderte? ¿Cómo es posible que un humilde siervo Te reconozca y exalte Tu alabanza, a pesar de que has destinado para él las revelaciones de Tu dominio y los maravillosos testimonios de Tu soberanía? Así, toda cosa creada atestigua su exclusión del santuario de Tu presencia, por causa de las limitaciones impuestas a su realidad íntima. Sin embargo, es indudable que la influencia de Tu atracción ha sido eternamente inherente a las realidades de Tu obra, aunque lo que es digno de la sagrada corte de Tu providencia está mucho más allá del alcance de la creación entera. Ello indica, oh mi Dios, mi total incapacidad para alabarte y revela mi suma impotencia para agradecerte y, cuánto más, para llegar al reconocimiento de Tu divina unidad o lograr alcanzar las claras señales de Tu alabanza, Tu santidad y Tu gloria. Es más, lo juro por Tu poder, no anhelo nada que no sea Tu propio Ser y no busco a nadie fuera de Ti.