¡Alabado seas, oh Señor mi Dios! Santifica mi ojo, y mi oído, y mi lengua, y mi espíritu, y mi corazón, y mi alma, y mi cuerpo, y todo mi ser, para que no se vuelva hacia nadie que no seas Tú. Dame de beber, entonces, de la copa que rebosa con el vino sellado de Tu gloria.